Hace relativamente poco, tres o cuatro años que leí el famoso “On the road” de Kerouac. Recuerdo que ya con 20 y pocos años, cuando iba a hacer mi primer concierto con mi primer grupo kalte Sterne, el responsable de la sala ,La Papa, un tal Xavier Sabaté, que se autoproclamaba polipoeta, me dijo que mis textos le recordaban a Kerouac, y yo, por aquel entonces, apenas lo conocía de nombre. Luego lo estuve evitando por parecerme una referencia demasiado obvia, demasiado citada (cosas del snobismo que a veces uno practica sin darse cuenta) e incluso llegué a leerme otro libro de él, “Los vagabundos del Darma” que no me impresionó mucho. Tengo la suerte o la desgracia, uno nunca sabe, de haber crecido rodeado de libros, así que muchas cosas las leí con a veces demasiada precocidad, pero el caso de Kerouac ha sido el contrario. LO LEÍ TARDE, MUY TARDE. Aún así, me da la impresión de que en el fondo yo estaba viviendo mi propia carretera o camino y más vale la pena vivirlo que leerlo desde luego pero te queda la duda aunque sin duda mi yo de entonces se identifica con sus palabras:

Mi yo de ahora también pero igual ya no tanto.