sábado, 17 de noviembre de 2007

THIS MONKEY'S GONE TO HEAVEN



Cuentan que aquel mono se fue al espacio y no volvió.

A veces, arrastrado por una ola de frustración, quisiera ser como él. Mono mutante en el espacio exterior, depauperado, adulterado, vilipendiado por la entera Humanidad. Abandonar la corteza terrestre, cavar mi propia tumba en el espacio exterior, sentir como el hormigueo feroz de la responsabilidad hierve con la incapacidad e impotencia que a veces me conmueven, lejano y consolador. Poder olvidar mi papel en el universo para sumergirme en un cerebro incapaz de reflexionar sobre el origen de las especies o el nacimiento de la belleza.

Como aquel mono que se fue al espacio y no volvió.

Madurar ideas estériles en infinitos provocados, comer y deglutir mis propios residuos en un ciclo enfermizo y, a la vez, liberador. Mono sin angustias ni deseos, conducir mi nave espacial a través del mar sideral, inconsciente de las direcciones a tomar, ajeno a los peligros del espacio exterior, con un pie en la cabeza y la cabeza en las nubes, a mis pies. Sangrar la sangre de las guerras de la Humanidad agonizante con el desencanto forzado del que ha derramado la última botella de su vino favorito. Vomitar en espiral todos los dolores olvidados. Mono en el espacio, al fin.

Oí decir que aquel mono fue al espacio y no volvió.

La Tierra será un territorio extranjero lleno de peligros y sufrimientos que me serán ajenos. Mono en el espacio exterior seré y no pensaré que pienso en estar mejor, ni calentaré la cabeza a mis amigos, y no sabré odiar a mis enemigos, ni siquiera sabré inventármelos. Montaré barracas de feria en el espacio exterior conmigo como única atracción y último espectador. Visitaré planetas allende la galaxia donde me recibirán bonitos seres alados de los que no sabré apreciar su belleza y hospitalidad y los saludaré a escupitajos como corresponde a un buen mono. Me llevarán a sus casas de amianto, me enseñarán sus juegos de mesa, harán el amor en sus cocinas de esparto mientras yo me masturbo en sus fregaderos de calcio.

Leí que aquel mono fue al espacio y no volvió.

El mono no vuelve porque no sabe, pero tampoco quiere enfrentarse de nuevo a las responsabilidades de macho seductor, al amar sin saber luego no infringir dolor, al calor y al frío. El mono no quiere lastimar a sus semejantes, construyendo posos de cariño para luego destruirlos sin tino. El mono no quiere tener la oportunidad de volver a empuñar un arma, de matar o de crear una obra de arte imperecedera que le sobreviva.

Cuentan que aquel mono se fue al espacio y no volvió.

A veces, quisiera ser como él. Vivir en una nave espacial, a la deriva. Con el corazón muerto y el pene erecto. Sencillo y simple. Mono en el espacio exterior, al fin.

lunes, 12 de noviembre de 2007

BOMBILLA [100 PALABRAS]

foto by me

El viento dibuja espirales sobre la bahía de Cadaqués que se entrega a la noche.

Entramos en un restaurante italiano con nombre celeste.

Un alemán borracho nos dice algo que hago ver que no entiendo.

A la camarera simpática le gusta mi camiseta.

Nos sentamos a cenar.

Parejas, grupos de solteras y extranjeros ocupan las otras mesas.

La mujer que yo amo me habla de psicología o tal vez de filosofía.

Tiene una sonrisa casi perfecta.

Justo sobre ella hay una bombilla que cambia de color cada cierto tiempo.

Rojo, azul, verde, amarillo...

Mi cabeza por dentro debe ser parecida.


lunes, 5 de noviembre de 2007

ALTER EGO [1]

foto by mónica

Olvidé cerrar la luz del comedor cuando marché de casa (“malas costumbres!” me gritaban ciertos espectros) y al volver, taciturno, más allá de las seis de la mañana la divisé desde la esquina y recordé la luz que tus ojos dejan en el poso de mi alma. Se enredaron en mis dedos las llaves y parecía que no iba a encontrar la adecuada cuando apareció en un rincón de mi mente la claridad infinita de tu pecho blanco y pareció que se me abrían todas las puertas. En la portería, un ligero perfume a ti descolocaba a los fantasmas y, cuando aquel individuo apareció, yo andaba pensando en tu olor cuando se mezcla con las sábanas.
- Rompe el hielo del azar. Escúchate!!!- me gritó al oído y entre sus palabras sonaban pequeñas estridencias metálicas que me recordaban al sonido del viejo somier cuando alberga nuestras húmedas cábalas bajo tus piernas, bajo mis ganas. Aturdido ante el vendaval de sus palabras traidoras, hirientes, desnudas y sinceras, no reparé en su aspecto y cuando quise darme cuenta el tipo va y me atiza en la espalda. No caigo, pero me deja sin habla y a cada nuevo golpe más honda es mi esperanza de que termine la paliza, de que me explique sus motivos.
No veas la chanza, lo que yo te diga, el tío me deja ahí tirado, suplicando el fin y cuando ya creo que me va a matar, va el cabrón y se pone a reír y su sonrisa esconde fragmentos de la tuya y me olvido del dolor y recuerdo la sinrazón bendita que me provoca tu encanto y yo también sonrío y , aunque me parece que no soy yo el que habla, y , aunque me parece increíble que ningún vecino haya salido tras el follón que hemos armado, cojo y le digo:
- Sube y tomamos algo.
Y él coge y me ayuda a levantarme y subimos hablando del tiempo como buenos vecinos y cuando estoy en el umbral de nuestro piso, pienso en si te molestará que llegue acompañado, son casi las 7 de la mañana y aunque nunca hemos discutido por eso, no sé... tengo mis dudas sobre tu reacción y entonces recuerdo que estás en Francia, algo del trabajo, y éste que me acompaña no es más que mi espectro que conmigo se ha cebado.
Pero no me abandona y entra conmigo y efectivamente, tomamos algo, un Jack para mi, él me pide consecutivamente unas 14 bebidas que no tenemos en casa y se acaba conformando con agua del grifo y me pide permiso para encenderse un cigarro.
- Tú eres tonto, claro, no notas que la casa huele a tabaco?.
Y lo enciende y humea azul el contorno de su silueta y hace dibujos que yo no he conseguido jamás. Está inspirado el cabrón y en plena efervescencia me dibuja la sonrisa de la Gioconda que se perfila por encima del sofá y se conjuga con nuestra copia barata de un Dalí pre-Avida Dollars.
En un momento dado, creo que 82 minutos después, cuando con el decimoctavo cigarro me estaba dibujando un mapamundi entero, recuerdo el dolor de la paliza y doy un grito insano. Ahora si, una vecina se queja y pregunta si pasa algo y yo le contesto que me chupe el rabo. Me dirijo al lavabo y me acompaña mi espectro, que por cierto se llama Tomás, no te lo había dicho, y cuidadosamente me saca la camisa. Sí, vale, me he puesto la camisa que me regalaste , la única que tengo y no estabas tú. También esta tarde ví llover, ví chuzos de canto caer y no estabas tú. Y eso que solo me importas tú y el contorno perfecto de tus curvas divinas que se adivinan, proféticas y pletóricas de perfección bajo el quiste endemoniado que es tu ropa.
A saber, el tío me quita cuidadosamente la camisa y me cura las heridas con suma delicadeza y, aunque yo le regalo a la vecina un par de gritos más alguna que otra lindeza, en 10 minutos estoy como nuevo y ya es casi de día y tu vuelves hoy y nos ponemos a hacer competiciones con el humo y me sale, te lo juro, el dibujo perfecto y modulado de la arrogancia de tu vientre agitado cuando me cabalgas las noches de estío y las que no lo son pero las de estío más porque a ti te gusta más y porque estamos en verano y el humo de mi cigarro pertenece a esta estación.
De repente, con un movimiento brusco y grácil a la vez, este tal Tomás que resulta que es mi espectro, salta contra la pared y agarra en el vuelo la espada de época que adorna nuestro comedor, regalo de tu padre y cuando me he querido dar cuenta vuelve a estar sentado enfrente mío, los dos en el suelo de cuclillas o así y la repasa con su dedo que está amargo de nicotina. Yo me cago , el cabrón me acaba de curar la paliza, “no será capaz”, pienso y el sigue en pleno remanso, acariciando el filo de la espada peligrosamente, aunque creo que no está muy afilada y entonces aparece el gato que ya sabes que deambula a su bola, por la casa y yo pienso y casi como que lo digo: “ay dios mío”, pero no, coge el gato y se sienta como si tal cosa encima de Tomás y tu ya sabes lo que le cuesta coger confianza y yo me quedo alucinado, aunque ahora que lo pienso, al fin y al cabo este tipo no es más que mi espectro y este felino caprichoso para mi que lo conoce mejor que a mi. Y me olvido de la espada. Nos quedamos en silencio un buen rato, algo más de tres cuartos de hora, 47 minutos tal vez, y justo cuando los primeros rayos de sol rebotan esplendorosamente contra la brillante espada. (siii, me acordé de limpiarla) y voy a prepararle un café a mi curioso acompañante, coge el tío y repitiendo el gesto de hace un rato, se deshace del gato, se cuelga de la lámpara (maullidos, un crec) y devuelve la espada a su posición encima del terciopelo malva. Tras varios segundos en los que juraría que el tipo llegó a volar, la verdad, no recuerdo el contacto de sus pies (por cierto, descalzos) con la alfombra finalmente cae y, adoptando otra vez la misma posición me pregunta:
- ¿Recuerdas cuando juntos vivimos nuestras otras vidas? ¿recuerdas
cuando dormíamos entre el musgo? ¿recuerdas cuando abrazábamos a los nibelungos? ¿recuerdas cuando Nietzsche, el amigo Federico, nos vacilaba al borde de aquel abismo? ¿recuerdas cuanto nos dolía que lord Byron nos chillara a la oreja? ¿recuerdas cuando bebíamos cerveza acurrucados en mantas, presos de un hastío feroz, en los alrededores del castillo? ¿recuerdas a Francisco? ¿recuerdas cuando la luna vivía en el lago de Sanabria? ¿recuerdas cuando Monet nos pidió educadamente que nos apartáramos para que no saliéramos en su merienda? ¿y el fulgor animal de las luces del coche cuando iluminaron la frontera francesa en el 37? ¿lo recuerdas?....
Yo estoy sin habla, escuchándolo atentamente pero a la vez observando con detenimiento como se desliza una araña por entre su tela en uno de los ángulos del techo del comedor y le pongo nombre al bicho (astucia, creo) y me recuerdo que la tendré que matar antes de que llegues porque tú no las soportas aunque su elegancia sutil en la construcción me recuerde a tu manera de construir fragmentos de paraíso en las cornisas de mi existencialismo pesimista.
Pero el tio sigue dándole al lengue y evocando....
- ...¿recuerdas al Curtis agotando su vida ante nuestros ojos, sobre el escenario? ¿recuerdas a Pelé marcando el gol de su vida mientras con el pie nos mataba en aquella vida en la que nos tocó ser insectos? el tío no sabia lo que hacia porque encima éramos los dos últimos individuos de una especie de escarabajo cuya sangre hubiera servido años después para encontrar la vacuna contra el sida... que momentos!...
Y el tío se detiene para respirar y ahora comprendo mi cariño por la araña a la que acaba de fallarle el equilibrio y se ha estampado contra el suelo del salón y ha terminado entre las fauces del felino. Pobre bicho. Bueno, el gato me ha ahorrado un trabajito y el señor Tomás dale que te pego:
- ¿recuerdas el moño de la abuela? ¿recuerdas la simpatía natural de Franco, aquel “mostruo” ( y remarca la palabra con voz nasal)? ¿y el subidón electrizante del primer slalom que corrieron encima nuestro cuando éramos nieve? ¿y la sabiduría inequívoca del coño de las putas cuando fuimos sus pelos allá por la edad media? ¿y el moño de la abuela? ¿y la sátira de aquellos peces que nos observaban con indulgencia cuando hicimos la primera inmersión en el mar con aquel traje de buzo que parecía de astronauta? ¿y el llanto de las estrellas que se propagaba por el universo cuando vieron 2001, una odisea del espacio, aprovechando que la reponían en un autocine en massachussets al aire libre allá por el 69? aunque igual no lo recuerdas porque nosotros éramos una estudiante norteamericana con las bragas húmedas y la boca llena de la polla de nuestro querido novio lleno de futuro. ¿sabías que aquella polla era la del puto George Bush? ¿sabías que el cabrón debe ser impotente o algo así porque aquella noche llevábamos un cabreo de espanto y le acabamos pegando un mordisco descomunal? ¿recuerdas lo que lloramos al divisar el resplandor de la bomba atómica porque un día se nos había ocurrido disfrazarnos de idea y cuando andábamos volando de bombilla en bombilla nos atrapó Albert Einstein y le salió un póker en las cartas de la vida? ¿sabias que la agonía del vencedor es igual o peor que la del vencido? si no lo sabías es porque no recuerdas que fuimos el estomago de napoleón…
- ...
Son ya las doce del mediodía y Tomás apenas parece tener en cuenta que para asimilar lo que me está diciendo necesitaría un par de eternidades o una película de Manel Oliveira y un trago de licor de madreselva o conversar simultáneamente con el móvil y el fijo, a un lado el príncipe de las tinieblas y al otro nuestro señor creador, esponja exprime vidas.
El café se me ha derramado sobre el torso desnudo y el gato lo lame con fruición. Intento distraerme porque Tomás me está dejando el alma inquieta y eso es algo que no debería permitirme en estos tiempos de autobuses y metros, de trenes de alta velocidad que no conducen a ninguna parte en especial, de mecheros de vida corta, de ordenadores y degollacuellos. Retomo mi botella de Jack y a mi invitado se le hace la boca agua y la arrima al grifo de la cocina para luego volver, mirarme de reojo y continuar... (ostias, ¿a qué hora volvías?)
- …¿recuerdas el ritmo agónico del goteo de la estalactita primera de la que bebieron Adán y Eva y de la que decidimos en un acto de benevolencia inédito (no era difícil , todo lo que hacíamos era inédito), dejar una gota de la que bebieron los amantes para salvar su vida y continuar con el destino de la humanidad? ¿recuerdas el sabor de la lluvia de atardecer de los prados de Transilvania cuando aquel sacerdote depositó la simiente en su esposa allá en los principios del siglo xx y solucionó el destino del mundo de las preguntas sin respuesta?
Drásticamente, se ha puesto a llover también sobre nuestra ciudad y yo interrumpo a Tomás con un gesto de la mano y escucho murmullos al otro lado de la puerta del piso y me asomo por la mirilla y me veo a todos los vecinos congregados en el umbral dilucidando los grados de mi locura y abro la puerta y cuando quiero decir algo las palabras se convierten en náuseas y las nauseas en vómitos y me dispongo con parsimoniosa actitud a echar la pota por encima de todos mis queridos vecinos, que benevolentes con mi extraña actitud, apenas levantan la voz y desenfundan pañuelos de sus batas de boatiné, de sus trajes de noche, de sus pijamas, de sus botas de cazador o de su cuerpo directamente, dependiendo del caso y se disponen a lavarse mutuamente y a congelar en sus manos el paso y el peso de los acontecimientos que irreductiblemente debería sentar condena contra mi, pero la luz se ha cebado sobre sus cabezas, los ha mareado sobremanera y apenas atienden a mi irreverencia acaso pensando que es una fuerza sobrenatural la que ha vomitado sobre ellos. En ese preciso momento, suena mi teléfono móvil, maúlla el gato, pican a la puerta de la escalera, la vecina del quinto que está sorda y por eso no ha bajado a espiarme, se dispone a freír un huevo y todos oímos el crepitar del aceite, marca un gol el Barça y muere un niño en África. Y yo que no tengo tiempo para pararme a decidir que reacción tengo y ante cual de los hechos ocurridos, me disculpo amablemente ante la vecindad, cierro la puerta de un portazo que hace trastabillar la espada en la pared y empieza un terremoto en mi corazón porque eres tu, mi amor, la que está llamando al móvil. A todo esto, Tomás inmóvil en el centro del comedor, conversando con el gato y entre los pitidos del móvil (¿dónde cojones lo he puesto?) lo oigo a ratos:
- ¿recuerdas, gatito lindo, cuando tu eras un becerro y yo un labrador... y el océano... y la ola...?
El puto móvil reposa en el suelo al lado de la taza del váter y al fin contesto y suena tu voz preciosa, hermosa, nerviosa:
- ¿no venías a buscarme al aeropuerto?
- hostias, ¿qué hora es?
- son las tres, joder.
- ahora vengo y te cuento aunque...
- no.. oigo...bertura.
- ahora vengo...
Cuelgo el teléfono y recupero una camiseta dorada de mi época heavy metal del cajón, no por nada sino porque es la primera que aparece, y en el comedor Tomás está levitando y el gato se lo mira y le ladra y a mi parece darme igual tal proeza de la naturaleza porque mi niña bonita me está esperando y le chillo a Tomás que ya es hora de irse y él se esfuma por la ventana junto con el humo del tabaco con forma de mapamundi que se había quedado reposando encima de la espada y el gato que quiere ir detrás pega un salto y se estampa contra el cristal, se queda medio lelo y se va corriendo y se dispara solo el tocadiscos y suena una vieja canción de Mecano y ha parado de llover y al salir por la puerta los vecinos están todavía limpiándose mutuamente mis vomitados aunque alguno ha aprovechado para pasar a la acción y a la del tercero se le ve el liguero mientras el del segundo le enrosca la lengua al cuello y los aparto a empujones y abajo está el cartero con cara de memo, flipando en colores y con un bulto en los pantalones y lo aparto también y cojo el coche que está aparcado cuatro calles más abajo y por la radio cuentan que hay retenciones en la carretera que va al aeropuerto y yo me cago en todos los muertos y piso abismos que se esconden debajo del acelerador y los mato. En el embrague se esconden otros cuantos infiernos que salen disparados hacia el amortiguador en cuanto notan que voy a cambiar de marcha y una abuela con un moño muy bonito me chilla no sé que del pan y yo me paro a observar su moño con una frenada que deja una marca que parece el caballo del Guernica de Picasso y hay un ascensorista que pasa casualmente por allí, camino del trabajo (jamás había visto uno fuera del ascensor, resulta que también saben andar) pero resulta que su vocación real era ser coleccionista de arte y al ver el rastro de mi frenada se echa al suelo y mira al cielo dando gracias al señor y se va a buscar a los obreros que dos esquinas más arriba están taladrando la acera para arreglar el gas y estropearse los oídos y les da un par de billetes a cada uno, les pide que lo acompañen. Y la abuela y su moño perfecto se quedan observando como los obreros y el ascensorista se disponen a recortar el trozo de suelo que contiene el rastro de caballo de Guernica que ha dejado mi frenada. A eso le llamo yo arte en movimiento. Y es entonces cuando me doy cuenta de que le había tirado una barra de pan al suelo a la abuela con el coche y salgo y me disculpo y la mujer no está para hostias y me suelta un paraguazo y yo le tiro del moño para que se contenga pero lo dejo estar porque tu me estás esperando y arranco otra vez el maldito coche que me tiene que llevar a tu encuentro bella, hermosa mía.
Cojo la nacional que me lleva al aeropuerto y justo encima del cartel que pone “Aeropuerto 15km” hay una bella salamandra negra con manchas amarillas de esas que tanto te gustan y decido pararme a cogerla para regalártela y apagar tu enfado por mi retraso que no sería si todo esto supieras y la muy puta se me escabulle y se sube al puente y yo con el coche parado, abierto en el andén, sin el triangulillo, me lo van a robar pero yo te llevo la salamandra como que me llamo Sergio aunque no me llamo Sergio y voy a buscar las escaleras que conducen al puente y justo hay un yonqui sentado en ellas que me mira como puede y me dice canturreando:
-corre, corre que ella espera
corre, corre, que ella espera
a que llegue la primavera
y la bese con su esfera
de mancha de bata de portera
.
Y tú sabes que no soy violento pero también que odio los poemas en verso y le atizo una patada en toda la boca y no le cae ningún diente porque no tiene pero tiene amigos que llevan palos y uno de ellos acaricia una salamandra, mejor lo dejo estar vuelvo por donde he venido pero no vuelvo solo, los amigos de los palos ,vienen detrás de mí, parece que corren pero yo vuelo y cuando cierro la puerta del coche y arranco todavía siento como patalean la parte trasera y cuando me giro observo una salamandra negra con manchas amarillas, reposando tranquilamente en el asiento del copiloto que es el tuyo. Para mi que la muy lista sabía que si huía de los yonquis un destino feliz al lado de una princesa le esperaba. Este coche corre menos que un ventilador parado y a mi amor se le está agotando la paciencia, que lo sé. En la terminal C, creo recordar que me dijiste. y derrapo el coche en la puerta y dejo un rastro que es el cuadro de Dali “El Gran Masturbador” pero esta vez no hay coleccionista que lo aprecie y si un urbano entrometido que me mira de reojo y se acerca a ponerme una multa por conducción irresponsable y le echo mi aliento de Jack en un bolsillo y se convierte en un fajo de billetes y el hombre me mira y me sonríe tan guapo él con su traje azul y me saca la lengua incitadoramente el muy cabrón, dejo el coche en medio de la terminal y le meto un empujón al guardia que se toca, agradecido, y ya diviso a mi princesa que con su melena al viento y su cuerpo hermoso espera enfadada bajo una sombra, vuelvo atrás para recoger a la salamandra y la meto en una caja de cartón que llevo en el maletero y antes de llegar a ti, pero eso ya lo sabes, me choco con una azafata que lleva un ramo de flores y los pétalos se esparcen dentro de la caja y el mundo es de color y te alcanzo al fin, y estás enfadada pero no mucho y te beso y el mundo es de más colores pero el negro y el amarillo de la salamandra alegran tus ojos y te beso otra vez y me abrazas y me pegas cariñosamente en el culo y me recriminas mi retraso pero en el coche me agarras la polla y me pides que vayamos a un descampado y me cabalgas como una mantis pero no me matas y tus pechos rebeldes apuntan al mar (perdón Auserón) y morimos juntos todas las muertes al darnos la vida y sabe Dios y Tomás también lo sabe que por tu cuerpo yo me muero y en tu alma sobreviviré a los fuegos que me aturden, bendita tu seas entre todas las mujeres, y bendito es el fuego de tu vientre mi amor.